El reinau
EL «REINAU» EN LA VÍSPERA DE REYES
La noche del mes de Enero había caído con toda la fuerza, y los chavales habíamos recibido la visita de SS.MM. los Reyes Magos de Oriente, en medio del frío y de la nieve que prácticamente cubría las calles de nuestro pueblo. Los pasamontañas bien adheridos a las caras, todavía extrañadas y que reflejaban una mezcla de estupor, emoción y malicia, que envolvía esa noche tan especial, como era la de recibir los regalos de sus majestades.
Don Teófilo, había invocado las últimas palabras a nuestros regios visitantes, que habían contestado en una lengua no muy conocida, pero que a todos nosotros nos había parecido inmensa y poderosa, todo esto mezclado en todo un boato de pajes, antorchas, banderas, que adornaban y embellecían la corte de sus Majestades.
Los chavales comentábamos entre nosotros, con todo el regocijo la esperanza que nos depararía la noche, mientras los más mozos salpicaban con sonrisas y comentarios jocosos, nuestra fe inquebrantable a quien nos habían de entregrar los regalos, siempre y cuando estuviéramos completamente dormidos.
Al llegar a casa dábamos cuenta con un mensaje, que salía a borbotones y entrecortado de todo lo que habíamos visto y oído, entre la complacencia de los abuelos y la mirada de disimulada incredubilidad de nuestros padres.
La noche de reyes tenía en Aoiz hasta hace muy pocos años, ciertas tradiciones que se han perdido, y han dado paso a otras costumbres que nada tienen que ver con lo autóctono, me estoy refiriendo al «reinao» que por lo visto inevitablemente ha sido sustituido por el rosco de reyes.
Después de una suculenta cena, en la que como casi todos los días de los señalados de Navidad no faltaban, el cardo, el cordero, etc. y al que ponían punto final los consabidos turrones, guirlaches, pasas y orejones, etc. se recogía la mesa dando paso a los cafés y licores, y cuando la etxekoandre había acabado de recoger todos los utensilios culinarios, y el resto de la mesa iniciaba la velada, el abuelo con voz grave, pedía la baraja de cartas.
El recuerdo de crío te trasplanta a un momento «importante», en el que la suerte de las cartas, te podían jugar la mala pasada de tener que pagar el postre del día siguiente, y en el fuero interno sentías el cosquilleo, de poder ver tu «cutico» hecho trizas para sacar las monedas con las cuales pagar el brazo gitano o la costrada correspondiente al Día de Reyes.
Con toda la familia alrededor de la mesa, aún veo al abuelo, con el puro humeante entre sus labios, como iniciaba el arte de barajar las cartas, lo hacía repetidas veces con sus dedos ya torpes, pero a los que les imprimía la firmeza que el momento requería.
Después de ser cortada la baraja por quien estuviera a su izquierda, con gesto solemne se disponía a echar «el reinao».
La primera carta recibía la voz más potente y ceremoniosa, y decía: «A Dios», la segunda era destinada a «La Virgen», y a continuación se daba una carta a cada miembro de la familia, todo esto con el más riguroso orden de edad y dignidad, y se seguía: al abuelo, a la abuela, al tío, al padre, a la madre, al hermano mayor…
Aquel al que le tocaba el Rey de Oros era proclamado solemnemente «El Rey de la Casa», y como tal había de ser investido. Así que toda la familia haciendo uso de cazuelas, almireces, calderos, y demás instrumentos ruidosos, salían al balcón a proclamar a los cuatro vientos quién era el Rey de la familia, y quien además iba a pagar el postre del día siguiente.
Con toda la familia en el balcón, el abuelo era quien indicaba ¡Viva el Rey tal! Seguido de todos los sonidos de la improvisada orquesta, que vitoreaban al recién proclamado monarca, mientras por otros balcones se veían las mismas escenas y escuchaban las mismas ruideras.
Todo esto era el preludio de una noche inmensa y que pondría punto final a la ilusión de todo un año esperando a sus majestades los Reyes Magos de Oriente. Y si te había tocado el Rey de Oros, y proclamado como tal Rey de la Familia, pues aún confiabas que tu madre te pagara el postre, para tener tu «cutico» a buen recaudo, y a dormir, no fuera que se adelantara algún paje y te pillara despierto…
Testua: «El Tuto». 17 zkia.
Bideoa: ETB